lunes, 13 de junio de 2011

"A mí no me marees, tía"

     Continúo desmenuzando la atronadora personalidad de Samuel, dos de cuyos rasgos prinicpales son la espontaneidad, y el descaro. Su sinceridad y su precipitación eran con frecuencia, aturrullantes, y lo peor es que no daba mucho tiempo a titubeos.
- Oye, que si quieres bien, y si no nada. Pero a mí no me marees. 
     Era su frase más repetida con veintipocos años: a mí no me marees. En una ocasión en la que estaba realmente molesta con él estuve a punto de regalarle una caja de Biodramida. Afortunadamente no lo hice, porque Samuel no toleraba un chuleo así de ninguna tía. Él, en cambio, sí que te mareaba todo lo que quería y más, por supuesto. Sin ningún tipo de reparo,  podía irse a tontear con otra, después de haber estado toda la noche tirándote papeles. Si no tenías cintura, ni paciencia, Samuel era capaz, sin proponerselo, desde luego, de arrastrar el amor propio de una chica por las aceras de la calle. Como además era tan suceptible y orgulloso, ligar con él era como adentrarse en un campo de minas. Había que tener cuidado en la manera de tratarlo, si no querías que te explotara en la cara. 
      Por ejemplo, si no te mostrabas lo suficientemente cordial y simpática, la pifiabas. 
      Si entrabas donde él estuviera, no le veías y no le saludabas, la pifiabas. 
      Si te veía tonteando con otro, la pifiabas. 
      Si le dabas una contestación un pelín desafiante, la pifiabas.
      Si tardabas en llamarle, la pifiabas. Si tardabas en responder sí a sus requerimientos sexuales, la pifiabas.
      Y si cuando iba a besarte, le esquivabas el beso, más te valía estar muy convencida de lo que acababas de hacer. Porque ibas a tener que arrastrarte mucho para que se te ofreciera otra oportunidad, y probablemente serías tú la que tendría que echársele encima. 
       Y ya si te mostrabas celosa, o le pedías explicaciones de algún tipo, ni te cuento. No se podía sujetar a Samuel. Ni intentarlo siquietra. La única forma de tenerle al alcance de la mano, era con la palma abierta. Sin apreturas. Exceptúando esto último, yo me pasé varios años intentando averiguar cuál de los anteriores errores había cometido yo, para que Samuel un día decidiera no volver a llamarme. No me dijo nada, nunca le escuché decirme como sí le había oído decir a otras: 
- Mira, es que no me interesa seguir con esto...
    Con ese tono helador y displicente, con el que era capaz de tratarte. Samuel hacía llorar a las chicas. No sé si encontraría placer en ello, él me asegura que no, pero yo no acabo de creérmelo. A mí me reservó un rechazo más agónico. Simplemente no volvió a marcar mi número, dejándome el sinvivir de no saber si insistir o dejarlo estar. Lento, tortuoso, sangrante. Más que un golpe seco de una vez. Era un castigador. Pero yo le adoraba así.
     Decidí dejarlo estar. Me consumí mientras intentaba apagar mi sed por él bebiendo en otros labios, marchitos, insípidos, incluso repulsivos, comparados con los suyos. Pero solo imaginármelo diciéndome con desprecio lo que le había dicho a tantas, se me cuajaba la sangre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario